domingo, 24 de mayo de 2009

ANTE LAS PUERTAS DEL CIELO

ANTE LAS PUERTAS DEL CIELO




La mañana de mi muerte amaneció fresca y clara. Era el día dos de julio, y como nada apuntaba hacia la tragedia que se estaba fraguando decidí salir a dar un paseo por las calles del casco viejo. Sinceramente -poco tengo que perder ya- considero que no es chovinismo decir que Pamplona es, junto con Santander y San Sebastián, la ciudad más bonita de España. Pero no voy a entretenerme con argumentos descriptivos que nada aportan a mi historia. Me basta con constatar que era dos de julio en Pamplona, así que las calles ya estaban asediadas por un tráfico que presagiaba unos sanfermines sumamente concurridos.
En la curva de Mercaderes ya noté una punzada sospechosa en el pecho, pero fue hacia la mitad de la calle Estafeta cuando me desplomé en el suelo. Boqueé varias veces como pez fuera del agua, y al cabo de unos segundos me di cuenta de que no había nada que hacer. Me había muerto de repente.
Pensé que aparecería ese túnel con una luz apabullante al fondo, tan recurrente en el imaginario popular, sin embargo no vi sino las decenas de rostros alarmados que se arracimaban a mi alrededor.
- Que alguien llame a una ambulancia.
- ¿Qué ha pasado?
- Se ha caído de sopetón.
- No respira.

Yo sentía una vergüenza tremenda, y unas ganas infinitas de mandarles que se volvieran a sus asuntos y dejaran de zarandearme como si fuera un monigote. Recuerdo particularmente a un tipo de pelo blanco y encrespado que me daba unas tortas inmisericordes en la cara y se excusaba gritando: “soy médico, apartaos, soy médico”. Luego el entendimiento se me empezó a amodorrar y antes de quedarme profundamente dormido creo que oí los bramidos de una sirena.

No sé cuánto tiempo habría transcurrido cuando me desperté. Me sorprendió darme cuenta de que había recuperado la movilidad de los miembros, aunque un brillo como argentino parecía manar de mi piel. Que extraño, dije en voz alta para cerciorarme de que también podía hablar de nuevo. Estaba en una típica de salita de espera, sentado en un asiento de plástico anaranjado. Como no había nadie más no tuve otro entretenimiento que escuchar la musiquilla triste de ocarinas que brotaba de unos altavoces invisibles, mientras contemplaba expectante la única puerta de la habitación. Ésta se abrió después de tres canciones que parecían la misma, y adiviné en el umbral el comienzo de un pasillo tenebroso. A la vez se había interrumpido la música y una voz portentosa proclamó: Señor Valés, diríjase por el pasillo a Dirección. Yo me levanté con más intriga que miedo y obedecí.

Debajo del rótulo de “Dirección” estaban escritas las palabras “entre sin llamar”, así que abrí la puerta y me encontré con una escena curiosa. La habitación tenía un aire de laboratorio alquímico: había toda clase de objetos desparramados por las paredes y los rincones; pero lo que me llamó la atención inmediatamente fue una vitrina majestuosa ,colocada sobre un armario desvencijado, en la que había una colección pictórica de santos ,y entre una reproducción de san Patricio y una de san Cristóbal - el rostro de este último tenía un parecido indiscutible con Lenin- centelleaba un enorme dólar de plata.

Al fondo de un escritorio desordenado había trabajando un hombre con la cabeza agachada sobre una montaña de papel. De vez en cuando se volvía hacia un ordenador y manipulaba el teclado o el ratón con torpeza, mordiéndose la lengua por un lado de la boca. Luego volvía a sumergirse en las pilas de papeles y los revolvía con impaciencia. Continuó su labor indiferente a mi presencia. Tenía una melena negra y engrasada, partida por la mitad en una ralla meticulosa y profunda. Vestía un traje holgado de color azul marino, cortado probablemente de franela, que provocaba el espejismo de desencajar más todavía su cara pálida, famélica y escurrida hacia la barbilla puntillosa; efectismo que era acentuado por una corbata de hilo negro estampada con ebrios trazados de limón. En definitiva, no le favorecía aquel atuendo elegante, sino que estropeaba su figura, exagerando la pobreza de su porte. Le hubieran caído mejor unos pantalones vaqueros y cualquier camiseta de algodón.

El hombre cimbreaba su cuerpo de un lado para otro de la mesa y el balanceo era cada vez más brusco y exasperado. Se va a quebrar por la cintura, pensaba yo. Terminó estallando irritado y golpeó furiosamente el escritorio con la palma de la mano. El crujido renqueante de las tablas le arrancó de su ensimismamiento y entonces reparó en mi presencia con sorpresa.
-¡Oh! Disculpe. Estaba muy atareado y no le oí entrar.
-No se preocupe. Tal vez no sea un buen momento.
-No, no...aquí siempre es el momento adecuado, puede estar seguro. Pero no se quede de pie. Siéntese, siéntese-me invitó señalándome una poltrona con los muelles salidos.
-Tendrá mucho trabajo.
-Pues la verdad es que sí, aunque ya estoy acostumbrado. Lo que pasa es que no acabo de cogerle el truco a este cacharro y me atranco-acusó al ordenador con un mohín de desprecio.-Dicen que se trabaja mucho más rápido pero yo no veo...Antes, cuando se llevaban las cosas a mano...En fin, los tiempos cambian. Renovarse o morir-suspiró.

Comenzó a remover nuevamente entre los montones de papeles, sin embargo, esta vez con serenidad. Abrió los cajones del escritorio y pulsó algunas teclas más del ordenador con igual impericia que antes.

-Va a tener que decirme su nombre-solicitó tras una infructuosa búsqueda.-Yo tenía una lista por alguna parte y ahora no la encuentro.
-Adrián Valés Tomás.
-Claro, claro, el señor Valés-exclamó palmeándose la frente.-Tenía un especial interés en hablar con usted, pero déjeme presentarme primero. Soy san Pedro.
-¿Quiere decir...-balbucí. Debía estar tomándome el pelo.¿Cómo iba a ser san Pedro ese tipo?¿Aquel san Pedro martirizado y crucificado del revés?¿Aquel san Pedro viejo, robusto y resignado de Caravaggio?¿El padre de la Iglesia?¿El que guarda las llaves del Cielo? No, aquel tipo enclenque me estaba tomando el pelo.
-Eso no puede ser-dije.
El hombre quedó bastante confundido con mi escepticismo y para demostrármelo frunció tanto el ceño que acabó montando una ceja en lo alto de la otra. Por la postura de sus ojos y el largo suspiro que sopló creo que se compadecía de mí. Luego, con un gesto fugaz y repentino, desbarató la seriedad de su rostro y recompuso una cara serena y tranquilizadora.

-Piensa que no soy san Pedro porque no tengo aspecto de serlo, pero ya le he dicho que los tiempos cambian. Además no llegué a ser lo que soy precisamente por mi apariencia.
-Yo no quería decir eso-intenté disculparme ,pero él me interrumpió.
-No hace falta que se excuse, déjelo. En realidad le comprendo. No es usted el primero. Al fin y al cabo la culpa de toda esta confusión la tienen esos endemoniados artistas especialmente los pintores. Querían rodearnos de tal aire de magnificencia que acabaron inventándonos una nueva figura, digamos que más adecuada para transmitir nuestra divinidad.¿O es que se piensa usted que Jesús llevaba esas barbas y esas greñas descuidadas y esos harapos sucios? Pues no. Tenía unos carrillos rojos y suaves como de ciruela y era bastante esmerado a la hora de colgarse una túnica. Pero claro, eso no transmitía. Todo se hubiera evitado con una buena polaroid-ensombreció su semblante con un gesto melancólico, extendiendo la mirada más allá de las paredes del despacho. De la boca le colgaba una mueca de dolor, y a través de ella adiviné la verdad. Sí, era san Pedro a pesar de todo.
Permaneció unos instantes mudo, perdido, fatigado, y después de un sobresalto que le trajo de vuelta llenó sus pulmones de aire.
-Bueno, las cosas son como son y ahora lo que importa es lo que importa -explicó.-Quería hablar con usted de un asunto...curioso...Mire, no me gusta andarme con rodeos así que voy a ser claro. Hemos cometido un tremendo error.
-¿Un error?
-Sí, un error tremendo, imperdonable.
-Supongo que ese error me afectará en algo.
-Efectivamente-corroboró.-Podríamos decir que le afecta de lleno.
-¿De qué se trata?
-Pues no es ni más ni menos que usted debería continuar vivo.
-¿Cómo?-pregunté.-¿Cómo?
-Lo siento mucho. En realidad la culpa la tienen estos trastos informáticos. Ahora casi todo el trabajo lo hacen ellos y de vez en cuando se equivocan. Si cuando yo decía que no iban a traernos nada bueno...

Parpadeé, pellizqué la carne luminosa de mi alma y volví a parpadear. No podía estar muerto. No podía estar en la antesala del Cielo hablando con este san Pedro. Haber fallecido por un fallo del sistema informático del Cielo...¡Qué estupidez! Era absurdo.¡El sistema informático del Cielo!¡Habrase visto! Esto es imposible, es una broma, o un sueño que va a resultarme graciosísimo al despertar. Tal vez haga incluso un relato.
-Ya sé lo que está pensando y créame, para nosotros resulta igualmente incómodo-se excusó.
-A mí no me resulta incómodo sino imposible.
-Pues siento decepcionarle pero es tan posible como cierto.
-No lo es.
-Sí lo es.
-No lo es. Estoy soñando.
-La palabra sueño no es la exacta para definir esta situación.
-Estoy soñando-repetí.-Esto no es posible.
-Lo es, de verdad.¿Por qué iba a mentirle?¿Cree que a mí me gusta esta situación?¿Por qué no se despierta si está soñando?-me clavaba unas pupilas brillantes.
-¿Entonces...
-Le repito que lo siento mucho, pero la culpa es de estos cacharros.
-¡Me da igual de quién sea la culpa!-bramé, ya convencido de la veracidad de mi status mortis.-¡Yo soy quien se ha muerto!¡Yo soy el único perjudicado!
-Lo sé, lo sé. Por eso hemos decidido que puede usted quedarse. No es lo habitual, desde luego, pero en su caso haremos una excepción ya que, al fin y al cabo, usted no es responsable de lo sucedido.
-¿Qué quiere decir?
-Que dejaremos las cosas como están, y como compensación haremos todo lo posible para que entre en el Reino de los Cielos sin necesidad de ser juzgado...exhaustivamente. No es que pueda garantizárselo, pero pondremos cuanto esté a nuestro alcance.¿Qué me dice?
-Le digo que no. Le digo que quiero seguir viviendo.
-Oiga señor Valés, piénselo con detenimiento-insistió san Pedro.-Es cierto que usted tiene derecho a regresar allí abajo, pero y luego qué. Sólo será un pequeño retraso de lo inevitable. Más tarde o más temprano tendrá que volver a pasar por el fatigoso trámite de la muerte. Regresará aquí a entrevistarse conmigo, y luego esperará la notificación del juicio, que puede tardar años, o siglos. Cuando empiece a pensar que nos hemos olvidado de usted será requerido y comenzará el proceso, que puede prolongarse durante algunos siglos más. Créame si le aseguro que no es agradable...Bueno...¿quién le confirma que ganará ese juicio?¿Quién le dice que no arderá sempiternamente en la caldera de Pedro Botero? Yo le estoy ofreciendo la posibilidad de librarse de todo esto. Es lo menos que podemos hacer.
-Y yo se lo agradezco, de veras, pero me gustaba estar vivo, y sabiendo que debería continuar estándolo, que tengo derecho a ello, quisiera regresar.
-¿Es su última palabra?-inquirió restregándose los cabellos grasientos con una mano huesuda.
-Sí, creo que sí-contesté.
El santo meneó la cabeza despacio, marcando el ritmo lento del vaivén para que le viese, para que percibiese la misericordia que estaba experimentando. Yo intuía su pesadumbre sin comprenderla, del mismo modo que él intuía mis ganas de vivir pero no las entendía. En el estómago de mi alma se formó una pesadez hueca y vacía, como la que provoca el hambre ,y supe que aquello era una suerte de pena. También yo me apiadaba de san Pedro. Nos compadecíamos.
-Pues no hay más que hablar. Iniciaremos su regreso. No es el primer caso de regreso que tenemos. Hace poco se produjo una avería en el sistema de alimentación eléctrica de la red y los ordenadores enloquecieron. Una familia entera falleció a destiempo, aunque a ellos no pudimos brindarles la posibilidad de quedarse porque eran seis personas y el Jefe habría descubierto la filtración.
-¿Filtración?
-Sí, ya le dije. Procuramos saltarnos el juicio e introducimos al afectado directamente en el Paraíso. Algo así como una indemnización de daños y perjuicios. Sin embargo hay que andarse con pies de plomo. Si el Jefe descubriese que metemos a gente en su casa clandestinamente...No quiero ni pensarlo.
-¿Quién es el jefe?
San Pedro me miró asombrado, incrédulo, como si yo estuviera bromeando.
-¿El Jefe? Pues...ya sabe hombre...es...Él-balbució apuntando hacia el techo con el pulgar.
-¡Oh!-exclamé. A lo largo de la historia se ha mencionado a Dios con muchos sobrenombres,(ninguno de ellos el verdadero, el oculto, aquel cuya pronunciación lo hace vulnerable y siervo de quien lo pronuncia),no obstante oír llamarle "el Jefe" era una familiaridad desconcertante.-Si es tan peligroso no entiendo por qué lo hacen.
-¡Huy!,porque sería peor aún si se enterase de las meteduras de pata. Es muy estricto al respecto. Pretende que todos seamos tan infalibles como Él...En fin,¿de qué estaba hablando?
-Me estaba contando...
-¡Ah, sí! Aquella familia. Le decía que hubiera resultado extremadamente peligroso introducir a los seis en el Cielo, así que optamos por intentar el regreso. No fue sencillo.
-¿Quiere decir que surgen muchas complicaciones?-me asusté.
-¡Qué se piensa! Comprenda que aunque el alma continúe en su status vitae el cuerpo ya está destruido. Hemos de hallar el modo de recomponerlo y reinstaurar el alma en él. Por otra parte tenemos que evaluar el denominado impacto social.¡Imagínese!¿Qué pensarán sus parientes y sus conocidos cuando le vean caminar como si nada hubiera sucedido?¿Cómo iban a reaccionar? A todo esto debemos agregar aspectos como el factor tiempo. Puede que allí abajo ya lleve varios años muerto, incluso decenios. Esto facilitaría las cosas en cierto sentido ya que nos ayudaría a suavizar el impacto social.
-Pero yo quiero mi vida tal y como la tenía-me quejé.
-Es lo que suponía-se lamentó San Pedro- Así entonces tenemos que realizar una resincronización.
-¡Caramba!-comenté.
-Sí, es indudablemente un procedimiento complejo. Caben otras posibilidades como la reencarnación, la trasmigración y reprogramación de conciencias del medio, o la rotura y reposición superpuesta de la línea temporal, pero todas estas técnicas encierran grandes inconvenientes.
-¿Y qué me aconseja usted?-solicité perdido entre aquel maremoto de sugerencias farragosas.
-Hombre, cada una se adecúa a determinadas pretensiones. Así por ejemplo cuando se desea volver con una nueva vida, rompiendo con el pasado, lo mejor es la reencarnación, o si se prefiere regresar con un aspecto distinto pero conservando la misma alma y las mismas circunstancias de vida elegiremos la trasmigración y reprogramación de conciencias del medio para que la gente no aprecie la transfiguración. ¿Me sigue?
- Creo que sí.
-Todo depende en definitiva de las circunstancias en que desee volver.
-Yo sólo quiero seguir como estaba, como si nada de esto hubiera ocurrido.
-Resucitación, entonces-diagnosticó.
-Pues resucitación-concedí.
Otra vez se sumergió en la pila de papeles embrollados. Sacaba uno y, tras echarle un vistazo, lo colocaba en un lugar diferente y cogía otro. Luego volvía a coger el primero y cuando se daba cuenta de que ya lo había visto se enfadaba y lo arrugaba con las manos nerviosas y lo arrojaba al suelo. Por la expresión de sorpresa y felicidad que adoptó supe que había encontrado el papel que buscaba.
-¡Eureka!-ratificó mi imaginación.-Para la resucitación. Tiene que presentarse en la Oficina de Revivificaciones y rellenar el impreso A-141,que es el que corresponde a la solicitud de resucitación.
-¿Dónde está esa oficina?
-A ver, a ver...-se acariciaba la barbilla escurrida y rasurada con las yemas de sus dedos flacos.-Tiene que ir recto y la segunda...no, la segunda es el Centro de Implantación de Alas, la tercera, sí, la tercera a mano derecha.
- Muchas gracias- dije, y salí del despacho con entusiasmo.


No era la tercera puerta a mano derecha -ponía “sólo personal autorizado"-, sino la cuarta a mano izquierda. Dentro de la sala regía una claridad proveniente de unos tubos de neón y un sonido embarullado de trajín oficinesco. Entre las mesas desordenadas y unos armarios atiborrados de archivadores se deslizaban, con celeridad y reflejos increíbles, los funcionarios. Pese a los movimientos rápidos y vigorosos de sus almas tenían la faz pálida, rutinaria y desencajada de los enfermos en cuarentena. Me dirigí a un mostrador para que me atendiesen, pero después de un largo rato comprobando que nadie me hacía caso tuve que salir al encuentro de uno de los funcionarios celestiales que corría por mi lado.
-Disculpe-dije dándole unos golpecitos en el hombro.
Me miró con los ojos muy abiertos, atónitos, y luego los entrecerró y chasqueó la lengua con desgana.
-¿Sí...?
-Quería un impreso de solicitud de resucitación.
-El A-141-matizó.-¿Dónde podrán estar esos impresos? Tal vez en ese montoncito de ahí, donde el letrero gigantesco que dice "IMPRESOS DE SOLICITUD DE RESUCITACIÓN A-141".
-Perdone ,no me había fijado.
-Por supuesto-dijo, y se alejó mirándome de reojo y formando media sonrisa desdeñosa.
Cogí uno de los modelos y me dispuse a completarlo: datos personales, fecha y hora aproximada del fallecimiento, motivos que se aducen para la presentación de la solicitud de resucitación, número de entrada en el registro (a cumplimentar por la Administración),copia del ITCMST. Cuando hube terminado fui a un mostrador donde ponía "solicitudes".Vino a atenderme el mismo funcionario al que le había preguntado antes, sin embargo, ahora caminaba despacio, subrayando exageradamente cada uno de sus movimientos. Apoyó su alma en el mostrador sobre el lado izquierdo y con la mano derecha comenzó a juguetear con una pluma estilográfica que traía..
-¿Sí...?
-Hola otra vez. Vengo por lo de la solicitud.
-¿Qué solicitud?
-Pues ya le he dicho ahora mismo que andaba buscando...-intenté refrescarle le memoria, pero me interrumpió.
-¿Qué solicitud?
Estiré la boca casi hasta descoyuntar la mandíbula; no obstante en seguida comprendí que no estaba en el lugar idóneo para dejarme invadir por uno de los siete pecados capitales, de modo que me limité a recoger todo el aire que pude y fui soltándolo por la nariz en rachas bruscas.
-Solicitud de resucitación, impreso A-141-informé ya tranquilizado.
-Bien, entréguemela-dijo con un matiz centelleante en las pupilas y una mueca altanera en los labios .Ojeó los papeles y me los devolvió con un ademán aburrido.
-Falta la copia del ITCMST.
-¿Qué?
-La copia del ITCMST.
-Ya le he oído-aclaré.-¿Qué es el IT...
-¿No lo sabe?
-¿Cree que se lo preguntaría si lo supiera?-respondí.
-El Informe Técnico de la Comisión Médica, Sociológica y Temporal.

Las piruetas hábiles y parsimoniosas de la pluma estilográfica entre sus dedos me estaban sacando de quicio. Intentaba distraer la mirada a otra parte, a cualquier punto que no fuera aquel, pero no lo conseguía. Allí aparecía la pluma una y otra vez dando cabriolas irritantes entre los dedos mansos del funcionario.

-Nadie me ha dicho nada de ese informe-argüí.
-Pues es muy importante. Es necesario.
-¿Y de dónde saco yo ahora ese informe?
-Pruebe en el Departamento de la Comisión-masculló encogiéndose de hombros.-Quizá allí lo tengan.
-¿Dónde es?
-A la izquierda y luego la segunda puerta a la derecha.
Abandoné la oficina sin despedirme ni darle las gracias, lo cual no pareció importarle en absoluto. Se quedó clavado, mirándome fijo, invadiéndome insultantemente y continuando aquel juego irritante de la pluma.
Tal es el miedo que el ser humano experimenta ante la idea de una muerte definitiva que constantemente, y con deleite, se abandona a cavilar acerca de los misterios de una vida ultraterrena. Son pocos quienes no se rinden a este entretenimiento e intentan soslayar el afán de perdurabilidad inherente al hombre. Incluso los más escépticos se aferran a la continuación de la vida en cualquiera de sus representaciones; se resisten a morir del todo, y apoyándose en abracadabras científicos, resuelven que la materia de la que están compuestos se transformará e introducirá de nuevo en el ciclo vital, ya sea en la barriga de los buitres o en los brazos pilosos de una malva. Yo siempre me he contado entre los fantasiosos que moldean un más allá como milagro oculto a la razón, maravillosamente inexplicable. No sabía si sería un cielo esponjoso y cruzado de las melodías de Bizet, o un infierno repleto de peroles hirvientes, o viajes intergalácticos en naves de diseño fascinante. No concebía sino vagamente la composición de aquel mundo por venir. De lo que estoy seguro es que ni yo, ni nadie con toda probabilidad, se hubiera imaginado un más allá tan parecido al de aquí.

El Departamento de la Comisión Médica, Sociológica y Temporal parecía más pulcro y reposado que la Oficina de Revivificaciones, si bien el trato que me dispensaron fue similar. Primeramente me ignoraron y luego de un rato logré que me atendiesen con dejadez. Me pidieron una instancia formalizada en la que debía exponer los motivos por los que solicitaba el informe. Este escrito lo conseguiría en la Sección de Estudios Preliminares del Informe Técnico de la Comisión Médica, Sociológica y Temporal, segunda puerta a la derecha, pero cuando regresé al Departamento con la instancia de la Sección de Estudios Preliminares me dijeron que no valía si no estaba acuñada con el sello oficial de la Dirección. Yo no había cumplido aquel trámite, por supuesto, y como era conditio sine qua non tuve que volver al despacho de San Pedro. Irrumpí como un vendaval.
-¿Por qué diablos no me dijo usted que me iban a marear de este modo?-le recriminé con la voz bronca y exaltada.-Usted dijo que era un procedimiento complicado, pero yo creí que se refería...No imaginaba todo esto.¡Qué desfachatez!¡Es vergonzoso!

Su mirada perpleja y su boca pasmada, como asustada, me desconcertaron unos segundos, pero decidí que no debía ceder; no debía mostrarme dócil y sometido ,sino agresivo, furioso, aunque se tratase de san Pedro, o del laberíntico san Galimatías, o del mismísimo Jefe. Sólo así me tomarían en serio.
-Yo no tengo la culpa si usted no me entendió.¡No la tengo!-chilló con la voz desquebrajada. Entonces ocurrió algo curioso, mágico. Sus pómulos huesudos comenzaron a inflamarse y su rostro flaco y alargado se tornó rotundamente rechoncho. De igual modo se le escurrió la carne por el tabique nasal hasta la punta del
apéndice, formándose una nariz gorda y afilada al mismo tiempo. Su melena engrasada se encogió por encima del occipital como si los pelos fuesen las cabezas aterradas de tortugas diminutas, y los vellos que le quedaron a la altura de la nuca y sobre las patillas emblanquecieron. Luego crecieron hacia formas redondas los hombros, las orejas, el pecho y las extremidades, y una barba canosa se desenrolló largamente igual que una persiana. La piel se replegó sobre las carnes fofas y el traje se desvaneció dejando en su lugar una túnica de fina seda nívea.

-¡Caramba!-dije.-Ahora sí que parece un santo.
-Perdone. No sé por qué me pasan estas cosas. Es una especie de reacción alérgica que me da cuando me chillan. Y bien,¿qué estaba diciéndome, señor Valés?
Aquella mutación me había distraído del enfado, y aunque intenté recuperar los bríos anteriores no lo conseguí. Estaba sumamente maravillado para pensar en otra cosa.
-No parece usted el mismo.
-Ya lo sé, ya. Es algo muy extraño,¿a que sí? No acabo de acostumbrarme.
-Normal. A mí me pasaría lo mismo.¿Y hace mucho que le sucede?
-¡Huy!,de toda la vida de santo. Antes pensaba que sería uno de los misterios de la divinidad, pero hablé con san Antonio y san Crisóstomo y a ellos no les pasa.
-Pues qué quiere que le diga, le favorece bastante.
-No se crea, soy el hazmerreír. Menos mal que por mi rango no me chillan con frecuencia, pero una vez me regañó el Jefe delante de algunos compañeros y no vea la que se armó. La verdad es que no me gusta hablar de ello. Me incomoda.
-Lo comprendo.
-En fin, supongo que vendrá a que le selle la instancia.
-Pues sí-retomé mis pensamientos anteriores pero sosegadamente.-¿Es que ya lo sabía? Bueno...mejor no me conteste. Sólo quiero saber si este jaleo va a durar mucho. Dígame de una vez todo lo que tengo que hacer. No sea que me hagan volver para otra cosa.
-No se preocupe. Cuando selle la instancia lo demás vendrá rodado. A mi despacho no tendrá que regresar-me tranquilizó.-Salvo...
Odio esas expresiones intrigantes, y más todavía cuando les alargan la última letra con suspense: salvooo, sin embargooo, a no ser queee.
-Salvo qué.
San Pedro esbozó una sonrisa macabra impulsada por alguna ocurrencia interior.
--Mire, señor Valés, voy a serle franco. Sellaré la instancia y usted irá al Departamento de la Comisión Médica, Sociológica y Temporal. Luego le mandarán a que aguarde en una pequeña sala de espera. Cuando redacten el informe le llamarán, y usted irá con él a la Oficina de Revivificaciones. Volverán a enviarle a una sala de espera mientras resuelven su solicitud, y cuando lo hagan será probablemente denegándola en vistas del informe. Ya le avisé que no es nada fácil. El informe dirá que su cuerpo ya se ha descompuesto, que la gente ya se ha acostumbrado a su ausencia y otras cosas por el estilo. Por supuesto que frente a la resolución denegatoria cabe interponer un recurso, y para ello tendrá que regresar ante mí. Creo que también yo denegaré su recurso a la vista del informe desfavorable.
-Pero cómo está tan seguro de que va a ocurrir así.
-Por dos sencillas razones. La primera es que soy el director, y la segunda es que siempre sucede igual-encogió sus hombros orondos y flojos.
-Pero esto es absurdo entonces-repliqué.-De este modo que usted me dice no es posible la resucitación.
-Se equivoca. Sí es posible, y prueba de ello es que disponemos de los cauces procesales oportunos para hacerla valer.
-Y sin embargo no es factible.
-Bueno...digamos que es como muchos de esos derechos constitucionales que ustedes tienen.
Como si algo existiera sólo porque se cree que existe y se hiciera posible su existencia sin que de verdad exista, como si se tuviera un derecho a resucitar sin que haya un derecho de resucitar. Aquel trabamentes se convirtió en una punzada aguda y penetrante a la altura de las sienes. El dolor se deslizó hasta tomarme la nuca, dejando su estela en cada rincón de mi cráneo confundido. Ya no podía pensar y sin embargo, en alguna parte de mi alma, vislumbraba una idea que me hacía aferrarme todavía a la vida.
-¡Usted me dijo lo de aquella familia!¡Usted me dijo que los resucitaron, de manera que pueden hacerlo!¡Deben poder!-imploré.
-¿Eso dije?¿En serio?
-¡Sí!¡Sí que lo dijo!
-Pues me habría hecho un lío-aclaró rascándose la coronilla pelada lentamente.-Mire señor Valés, sólo cabe una opción...
No volvería a vivir. Por primera vez desde que me desplomara en medio de la calle Estafeta comprendía la rotundidad de esta afirmación. Y rompí a llorar desbordado.



Morirse a destiempo tiene sus ventajas, al fin y al cabo. Logré superar el juicio sobre los actos de mi vida terrenal sin dificultad (una mano clandestina se encargó de emblanquecer mi alma lo necesario),y obtuve permiso para entrar en el Cielo.
Permanecí más de tres eternidades sentado a la diestra del Jefe y, cuando estuve preparado, me destinaron a la Academia Áurea de Arcángeles. Mi instructor dice que llegaré a ser uno de los mejores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario