COMO CADA TARDE
Como cada tarde, permanecía cobijado por las sombras de los datileros. Era una costumbre que había empezado diez años atrás, cuando las palmeras eran sólo pimpollos y casi nadie apostaba por la inversión estética en la Avenida de Andalucía. Él era uno de los pocos que habían confiado, de manera que si decidía levantar la cabeza, de rato en rato, lo hacía con arrogancia. Se sentía como dueño del paisaje.
Otro motivo para el orgullo era su perseverancia generosa. Mientras el resto de villaorugueños sesteaban en sus casas, guarecidos del sol malagueño, él acaparaba la avenida y la defendía y la sustentaba con su presencia, día tras día, año tras año, dándole un alma al pavimento desangelado sin pedir nada a cambio. ¿Qué sería de ti sin mí?, preguntaba al paisaje. Después de imaginarse la respuesta se acostaba reventado por la satisfacción.
Como cada tarde, cuando calculó que el fuego astral se había suavizado y las chicharras fueron apagando su monotonía, decidió que había llegado el momento de partir. La hora de los cobardes se acerca, musitó mientras se desperezaba. A la altura del cuartel de la Guardia Civil había un grupo de chiquillos alborotando, así que cambió de acera y comenzó a olisquear con disimulo las ruedas de un coche. El peligro se alejó y él reanudó la marcha con despreocupación premeditada. Se paró ante el portalón oxidado del molino viejo para meditar la ruta. La calle Teja era el camino más corto y comprometido. Allí no tendría otra escapatoria que su propia agilidad. Estudió detenidamente las posibilidades de toparse con un espíritu hostil. Cuando era joven no lo hubiera dudado. Entonces solía confundir la arrogancia con la valentía y la precaución con la pusilanimidad, lo cual le había traído más de un disgusto. El tiempo te da y te quita. Finalmente decidió que esa tarde tenía el cuerpo vago y que algo no le gustaba en el repecho de la calle Teja. Así que llegó a su casa por el camino más largo pero sin sobresaltos.
El Moreno y su mujer estaban gritándose barbaridades. Como cada tarde. Nunca dejaría de sorprenderle que la gente se preocupara tanto por cosas como el dinero, y en cambio menospreciaran la búsqueda de la felicidad. En fin que, como cada tarde, se tiró en un rincón de la salita para soñar con huesos enormes.
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